domingo, 27 de septiembre de 2009

Cosas que las palabras no pueden decir

martes, 15 de septiembre de 2009

La caverna de Platón y la melancolía de Haruhi

"Qué extraña escena describes y qué extraños prisioneros. Son iguales a nosotros." Platón, República, Libro VII. Mi profe de filosofía solía decir que si Platón levantara la cabeza y viera la televisión, diría: "La caverna, la caverna..." Y eso que Internet es mucho más remolón y adictivo que la televisión, al menos esa es mi experiencia. Porque la tele consiste en quedarte 3 horas mirando agilipollado todo lo que te echan, pero Internet consiste en quedarte 6 horas buscando agilipollado no sabes muy bien qué; ya no te acuerdas. O sea, es una droga mucho más dura, hacedme caso. ^^ Los que estais aquí lo sabéis, pues habeis caído a estas profundidades del abismo donde estoy yo escribiendo este blog. Muahahaha... Yo jamás he fumado (ni tabaco ni nada), tengo una manía casi supersticiosa contra el alcohol y desde mi tierna infancia he tenido prohibido el chocolate. Nunca he seguido ningún programa de televisión ni ninguna serie. Pero hace dos años me pusieron Internet y ahora estoy más enganchá que Amy Winehouse. U.U Bueno, ahora a Hipocondria y a mí nos dan unas pastis muy raras, pero dicen que no hay de qué preocuparse, que son caramelos... Si, ya: como los que comercializaba Lau con el nombre de la compañía Phantomhive. Señor Platón, yo le juro que su mito de la caverna siempre me moló; sobre todo me enamoré perdidamente de esas dos frases de ahí arriba. Suena tan guay, tan grave, tan tan... Platón. Yo también pensé que aquellos hombres atados en la caverna y que no habían visto en su vida más que sombras en una pared eran pobres hombres, ni siquiera hombres completos, porque no habían tenido la posibilidad de experimentar las cosas verdaderas de allá afuera ni de conocer más. También creo que esos extraños prisioneros son iguales a nosotros. Yo, por ejemplo. Yo estoy "atada" delante de mi ordenador incontables horas. Supongo que mientras pasan muchas cosas ahí fuera, sale el sol, giran las estrellas, muere gente, alguien llora. Pero mientras Chii lee su cuento en voz alta y yo la escucho hipnotizada, no me entero de nada de eso. "En aquella ciudad no había nadie. Las luces brillaban y las ventanas estaban encendidas, pero en la calle no había nadie. Miré por una ventana: había una persona. Pero estaba con eso. Miré por otra ventana: había otra persona. Pero, como ya esperaba, estaba con eso. Porque estar con eso es más divertido. Más divertido que estar con otra persona... En aquella ciudad, no había nadie. La gente ya no sale". Eso es. Yo estoy soñando con sombras de sombras, porque ni siquiera esa realidad que vemos en el mundo "real" es la verdad, ¿no, Platón? Chii, que es un sueño, lee su cuento; yo la escucho a ella, pero yo también soy mentira. Estoy en un mundo imperfecto y efímero que también es un sueño, pero encima yo cierro los ojos para soñar más profundamente. Platón me describe, Chii habla de que ya no salgo. Laberinto de espejos, sueño de sueños... Por más que pienso, no sé qué es eso del mundo de la Idea, no sé dónde está el truco, ¿dónde está la verdad? Por eso sigo aquí soñando. Es como estar perdida en una muchedumbre hasta casi olvidar tu nombre y sentir que nada tiene valor ni es único. Es como si el universo se desplomara,palmo a palmo. Por eso, sigo aquí viendo anime y remoloneando. A mí también me gustaría pensar que antes de que un mundo tan inútil se destruya, algo increíble, como un beso, pueda hacer que todo exista de nuevo.

viernes, 4 de septiembre de 2009

Aúuuuuuuuu...!!

No, no es que me duela nada. O quizá sí. Pero lo que yo estoy haciendo es aullar.
Este que veis aquí, remoloneando cómodamente en mi cama, es Udo. Era. ¿Es?... Bueno, para mí siempre es y será mi perro, mi querido e irreemplazable amigo. Murió hace dos años y mi psicóloga me ha dicho que no piense en él, pero parece que no le estoy haciendo caso. Pero no es mi culpa. Es que he mirado el calendario y esta noche hay luna llena de nuevo.
Alaskan Malamute puro, hijo de los campeones del mundo en cuestión perruna, descendiente de lobos y hembras de los perros del pueblo malamute de las frías tierras de Alaska, capaz por su naturaleza de arrastrar un trineo de 500kg... Míralo, con qué cara de sinvergüenza me mira como diciendo: "Aiin, qué cómoda es tu camita, ¿de verdad que no quieres tenderte? Qué pena, porque ya estoy yo, ¿verdad?..." Eso también es algo que me dijeron que no hiciera, dejarle dormir en mi cama, porque eso significaba que él estaba en la misma jerarquía que yo. Pero para mí Udo no era inferior a mí. Yo quería a Udo de una manera más fuerte que a muchas personas. Aunque estaba harto de mí, a veces me dejaba abrazarlo. A veces la gente no comprendía nada, pero Udo lo comprendía todo en silencio.
Como buen descendiente de lobos, Udo organizaba sangrientas cacerías en casa. Huía a una velocidad endemoniada por el pasillo saltando sobre todos los obstáculos y sobre las camas, haciendo unos derrapes alucinantes. Especialmente le encantaba plantarse triunfante sobre la cama de matrimonio de mis padres, mostrándome descaradamente la presa entre sus dientes. Yo sabía que a él le encantaba ese juego, por eso corría todo lo que podía detrás de él. Y es curioso, porque llegó a encantarme correr como una salvaje y derrapar en las camas, y luego era yo la que le llevaba a Udo el desafío... ò,...,ó
La diferencia es que yo le llevaba su pelota o su perrito de goma, pero él siempre escogía como víctima algún pañito de cocina que mi madre acababa de lavar, o una toalla del baño, el último préstamo de la biblioteca... o si había suerte un cuarto de kilo de salchichas (en ese caso ya no había por qué correr detrás de él si apreciabas tu mano). También una vez dio un atraco de un sobre lleno de billetes de 50€. Ignoramos si se comió alguno.
Sí... Udo era mi "lobito"... Guapo, malo e intrépido. Para ser más perfecto, el canalla era educado e inteligente. Sabía dar la pata, sentarse, tenderse, traer cada cosa que le pedías por su nombre exacto. Y encima en inglés, así que ya sabía más que yo... También conocía la técnica de mirar con ojitos brillantes de pena. Pero eran los mismos ojitos que observaban metódicamente todos nuestros movimientos para saber cuál era la presa más valiosa y propicia para robar...
Del mismo modo que yo aprendí el placer de correr hasta la extenuación o de tirarme al suelo en cualquier rincón de la casa, Udo aprendió cosas de humanos. Después de pocas clases de canto y vocalización, y gracias a su talento innato, Udo era capaz de reproducir con gusto exquisito una melodía que yo le cantara o tocara con la flauta. Aunque eso sí, jamás le gustó el perfume.
Pero había algo que mi lobo no sabía hacer. El muy tonto aullaba cuando pasaban los bomberos. Pero no sabía aullarle a la luna. Por eso supongo que una noche de luna llena lo saqué a la terraza y le dije henchida de orgullo lupino: "Udo, ésa es a la que tienes que aullarle". ¿Y cómo podía yo enseñarle a Udo eso? Obviamente, sentándome a su lado y aullándole a la luna. Y cuando Udo me vio, me imitó. No puedo describir qué bien sonaba aquello. No puedo describir cuánto me gustaba aullar a la luna junto a Udo.
Sí... Que estoy como un cencerro, eso ya me lo han dicho. Pero a lo mejor parte de la culpa es porque tú ya no estás aquí, Udo. Ya no puedo aullarle a la luna.