viernes, 24 de marzo de 2017

El regreso

Hipocondria, amiga. He vuelto.

He vuelto del torbellino de la vida a esta orilla tranquila y remota que he añorado de vez en cuando -con demasiada frecuencia- en el trasiego del mundo de allá afuera.

Tú me conoces. Ojalá pudiera hacerle saber a él exactamente cómo soy. Así, como tú lo sabes. Ojalá pudiera enseñarle todo lo más bonito y lo más feo de lo que llevo dentro. Entonces, la repugnancia, el asco, el amor y la ternura, la compasión y quizá la simpatía se encenderían en lo más hondo su pecho.

Tú sabes que yo vivo soñando. Tú sabes que yo he vivido escribiendo, hablando contigo, conmigo, con la soledad... Pero... ¿cómo puede amar alguien solitario? De pronto ese ser que esperabas está ahí, y se mete en tu círculo contigo, y entonces la soledad desaparece. Y en ese momento te das cuenta de que no puedes tener las dos cosas a la vez.

- Elige: la soledad para soñar o los labios para besar...

No puedo, Hipocondria. Tú sabes que él es el príncipe subido en el Toyota blanco, y que cuando llegó, hace casi un año, era como si las puertas del cielo se hubiesen abierto y Dios mandara un ángel aquí abajo a la Tierra. En aquel instante, los personajes saltaron del papel hacia afuera, salieron de las historias de infancia para pisar el suelo, y los poemas supieron para qué habían sido compuestos.

- ¿Escribes para ti o para él en este momento?

Ya no lo sé. Ya no puedo escribir para mí misma. Había un placer egoísta, un reino inmenso y desierto solo para ti y para mí, Hipocondria... Pero ahora el reino tiene un rey.

- Estás siendo deshonesta. Escribe como solías hacerlo. Echas de menos la isla desierta.

Si él leyera esto y lo entendiera, me sentiría aliviada. Yo no quiero serle infiel con la soledad; es que siempre he respirado silencio y soledad. Y me ahogo cuando paso demasiado tiempo conteniendo la respiración en las muchedumbres. Y me ahogo cuando paso demasiado tiempo haciendo cosas y no soñando.

Me gustaría, sí, como tú dices, Hipocondria, ser totalmente auténtica y cínica de nuevo, y reirme del mundo asqueroso que me ensucia la suela del zapato. Pero ahora hay una coquetería que hace que me pare en seco y piense antes: "¿Pero qué va a pensar él?" Y también me pasa lo mismo con el peinado y el vestido. Me preocupa constantemente no ser guapa por dentro y por fuera.

- Entonces, no solo no puedes pensar, sino que cuando piensas no puedes pensar lo que egoístamente pensarías. Pobre. Qué jaula tan estrecha...

¡No! No quiero que digas eso. Mi amor no es una jaula. Tengo miedo, eso es todo... Pero los barrotes son imaginarios.

- Ya veo... No quieres que él sepa que eres huraña y esquiva, no quieres que se dé cuenta de que eres solitaria y silenciosa, pensativa, perezosa, soñadora, triste. Loca, testaruda, añorante del pasado y anhelante del futuro que no existe... Extraña, pero que no te importa serlo porque para ti los raros son los otros. ¿Pretendes maquillar tus ojeras y pintarte una sonrisa como si fueras una de esas niñas alegres y despreocupadas? Vas a decir cuatro tonterías mientras ríes, haciendo como que no te molesta la frivolidad del mundo... Hasta que él no sepa realmente quién eres y tú no sepas realmente quién es él, ninguno de los dos respirará tranquilo.

Lo sé. Y por eso no lo he ocultado nunca. Solo he intentado ser mejor. Y ahora, mostrando mi debilidad, trato de ser mejor todavía.

- Vaya churro de entrada nos ha salido - Hipocondria suspira y menea la cabeza, mientras se va arrastrando las zapatillas.- Pero si no nos va a leer, si está comiendo canapés...