viernes, 28 de diciembre de 2012

Orgullo

Te he envidiado muchas veces, a ti y a todos los demás.

Pero hoy al despertar, he pensado que eres tú, que son los otros los que no saben nada. El mundo gira rápido, grande y extraño. En cambio en el borde de mis sábanas el tiempo se ha parado. Se ha parado porque no era mi ritmo, y al no poder seguirlo, me he quedado atrás. Ya no sé muy bien qué es ese alboroto de la calle. Pero es que a la calle yo no le importo. Los que pasan al otro lado de mi ventana no han visto nunca este cuarto, que es gran parte de la historia de mi vida. Son ellos los que no tienen ni idea de nada.

Pues no conocen la intimidad de este silencio,  este roce del murmullo en la garganta, el significado de esa hoja sucia entre los papeles. No han visto jamás el rayo de sol que cada mañana desde que tengo uso de razón sube por esa puerta, y desconocen absolutamente a qué saben las mañanas como esta. Y por supuesto no recuerdan el día radiante que quedó atrapado en una canción, ni saben del camino de las lágrimas. No han podido siquiera imaginar todo lo que existe, están como ciegos a la belleza que hay en las flores, y no pueden encontrar la puerta a este lugar donde me encuentro. ¿No son mis pensamientos y sentimientos más valiosos que todo ese maldito mundo lleno de gente que no entiende? Pues nadie más que yo y sólo yo los tengo, y el dolor y el amor andan enterrados en lo más profundo de mi pecho.

Sería genial poder pensar así y sentirme superior al resto de la gente como tú. Pero creo que he madurado y ya no puedo pensar como los niños que soy el centro del mundo. He aprendido  ¿por desgracia? que sólo soy un hilo del tapiz, y que cualquier  cosa que yo piense o sienta ya ha sido pensada y sentida y magnificada. Me siento un poco miserable por ello. Aunque por hoy, voy a pensar de la otra manera, en un intento de sentir orgullo otra vez.