domingo, 1 de mayo de 2011

Elogio de la soledad

Feliz aquel que, apartado de infernales colas, de autobuses atestados y de algunas estúpidas fiestas, escoge la apartada senda de los pocos sabios que en el mundo han sido.

Siempre lo he dicho, y aún a riesgo de pasar por algo ya patológico, que no tengo miedo de estar sola, pero sí a veces de estar acompañada. Lo digo en serio, no me da miedo la soledad, la encuentro dulce y placentera, cuando se compara con la compañía de tanta gente indeseable como puedes encontrarte en el mundo. Tengo amigas a las que no les gusta salir solas, o que siempre van de compras en grupito. A mí no me molesta estar sola, ni me da miedo ya estar sola, por oscura o solitaria que sea la calle por la que he de pasar, por altas que sean las horas de la noche.

En cambio, sí me da mucho miedo estar con alguien y que ese alguien no me quiera, y que el sentimiento sea mutuo, y no me pueda ir. Sí me da miedo no cumplir las expectativas de alguien y que esa persona no pueda ser libre por mi culpa, por la culpa que le pueda producir dejarme. Y al revés, también tengo miedo de sentir culpa y que la culpa me ate, que la pena me impida volar lejos, donde egoístamente mi corazón de niña quiera ir. Y luego está algo aún peor, que son las personas que no te importan para nada, esos seres que te hacen preguntarte por qué existen, y quizá ellos también se pregunten por qué existes tú... Los ves en la parada del bus, en el trabajo, en el tren... Si pudiera, me borraría ahora mismo para ellos, si en mi mundo ellos quedaran borrados para siempre.

Por eso no me da ningún miedo la soledad, Hipocondria.